jueves, 19 de febrero de 2009

Violencia es mentir

Por Lic. Marina Malagamba – LA PLATA Dobles discursos que tajan y lastiman, como armas de múltiples filos a oídos que no paran de sangrar sordos de tantas mentiras. Dichos que desdicen y borran con el codo lo que nunca se escribe. La palabra oficial niega la realidad de un escenario desbordado por el vacío de respuestas y enmudece los gritos incesantes que desgarran gargantas. La mayoría oye, pero ya no escucha. No escucha, porque lo que se dice resulta falso y hasta grotesco, y porque el hambre y las necesidades le punzan la piel hasta turbarle los sentidos. El kirchnerismo no lee bien lo que le pasa al conjunto de la sociedad, ya que en el ejercicio cotidiano del poder, las contradicciones entre el decir y el hacer no se pueden sustentar, ni siquiera ya, desde lo simbólico e histórico de un ideal político que en un momento fue bandera, pero que en la actualidad, son sólo panfletos que rememoran tiempos de saqueo y guaranga profanación. Con este plan de gobierno nuestra presidenta reproduce un sistema viciado, que históricamente sólo ha protegido los intereses de un sector económico, en detrimento de una población excluida, marginada y vulnerada. La exclusión a la que es sometida una gran parte de la sociedad está a la orden del día, cercenando y mutilando la posibilidad concreta de formar parte de un proyecto colectivo. Vulnerabilidad que se paga con mano dura y con un sistema basado en el miedo al otro. Ese otro que se constituye en el peligro latente e inminente, ya que en cualquier momento puede atacar. Pero el miedo, devenido en motor de la fragmentación y del individualismo que intenta disgregar a la sociedad, hoy apunta y penetra todas las direcciones. Miedo a ser blanco de la violencia, a perder el trabajo, de los anuncios de catástrofes económicas, naturales, etc. Todo este manojo de miedos, facilita el deslizamiento hacia un individualismo que intenta disgregar voluntades y proyectos comunes que buscan no reincidir en políticas muertas que sólo mantienen la presión sobre una verdad distinta que duele por no nacer. Situación que desgasta y erosiona por el estado de permanente vulnerabilidad, que conlleva a un alerta incesante, en vigilancia ante amenazas que circundan la cotidianeidad. Muchas de las veces amenazas potenciadas, pero existentes. Pero ésta no es la peor de las “amenazas”: el escepticismo que conlleva la inseguridad es el reflejo de la carencia de una figura presidencial que sea referente de un proyecto acorde a la urgencia de este devenir, que manipula a su antojo todos los índices y pronósticos, que manosea la información para construir un verosímil en el que ella sola parece vivir. Es la inseguridad de no saber que es lo que va a suceder en el devenir próximo. Es la incertidumbre del proyecto a trazar, sin pensarlo más que en términos de exclusión y males peores. Es estar ciegos, sintiendo el ultraje a la dignidad. Por estos días, la elección de octubre es el gran tema del gobierno. Por eso, desde la lógica oficial, los aumentos brutales a las tarifas de los servicios públicos deben ser efectivizados en lo inmediato y lo más lejos posible de la fecha del comicio, ya que “en ese momento la gente ya lo habrá olvidado”, razonan en las entrañas del poder. Fétidas entrañas, ya que presentan planes de ahorro energético que disfrazan una indiscriminada suba de impuestos, y que abandonan a su suerte a los sectores productivos del país. Imágenes desalentadoras que generan a su paso la violencia que dicen combatir, y que no concilian la práctica con los discursos de una figura presidencial ya desgastada en tan corto plazo. Promesas de cambios que nunca llegan, y continúan generando la peor lesión de todas: la certeza de que es en la política donde se encuentra la herramienta más idónea para la transformación de este escenario mutilado. Pero lo que no nos pueden arrebatar es la certeza de que lo importante no es lo que las circunstancias elegidas hacen de nosotros, sino lo que nosotros, eligiendo, hacemos a partir de esas circunstancias

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